miércoles, 18 de febrero de 2009

Gallinas

Rafael Barret - A partir de ahora el combate sera libre

Mientras no poseí más que mi catre y mis libros, fui feliz.
Ahora poseo nueve gallinas y un gallo, y mi alma está perturbada.
La propiedad me ha hecho cruel. Siempre que compraba
una gallina la ataba dos días a un árbol, para imponerle mi
domicilio, destruyendo en su memoria frágil el amor a su
antigua residencia. Remendé el cerco de mi patio, con el fin
de evitar la evasión de mis aves, y la invasión de zorros de
cuatro y dos pies. Me aislé, fortifiqué la frontera, tracé una
línea diabólica entre mi prójimo y yo. Dividí la humanidad en
dos categorías; yo, dueño de mis gallinas, y los demás que
podían quitármelas. Definí el delito. El mundo se llenó para
mí de presuntos ladrones, y por primera vez lancé del otro
lado del cerco una mirada hostil.
Mi gallo era demasiado joven. El gallo del vecino saltó el
cerco y se puso a hacer la corte a mis gallinas y a amargar la
existencia de mi gallo. Despedí a pedradas al intruso, pero
saltaban el cerco y aovaron en casa del vecino. Reclamé los
huevos y mi vecino me aborreció. Desde entonces vi su cara
sobre el cerco, su mirada inquisidora y hostil, idéntica a la
mía. Sus pollos pasaban el cerco, y devoraban el maíz mojado que consagraba a los míos. Los pollos ajenos me parecieron
criminales. Los perseguí, y cegado por la rabia maté uno.
El vecino atribuyó una importancia enorme al atentado. No
quiso aceptar una indemnización pecuniaria. Retiró gravemente
el cadáver de su pollo, y en lugar de comérselo, se lo
mostró a sus amigos, con lo cual empezó a circular por el
pueblo la leyenda de mi brutalidad imperialista. Tuve que
reforzar el cerco, aumentar la vigilancia, elevar, en una palabra,
mi presupuesto de guerra. El vecino dispone de un perro
decidido a todo; yo pienso adquirir un revólver.
¿Dónde está mi vieja tranquilidad? Estoy envenenado por
la desconfianza y por el odio. El espíritu del mal se ha apoderado
de mí. Antes era un hombre. Ahora soy un propietario...

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