martes, 9 de febrero de 2010

ORIGEN DE LAS IDEAS SOBRE LA DIVINIDAD - DIDEROT

El mal es necesario al hombre; sin el mal, no conocería el bien, no juzgaría de
nada, no tendría elección, ni voluntad, ni pasión, ni deseos; carecería de motivos para
amar y temer; sería un autómata; en una palabra, no sería un hombre.
El mal que ve en el mundo es el que le ha hecho pensar en la divinidad. Una
multitud de males, accidentes, enfermedades, desastres, estremecimientos de nuestro
globo, alteraciones, inundaciones é incendios excitaron los temores de los hombres.
¿Qué ideas pudieron formarse de las causas irresistibles que producían efectos tan
extensos? No calcularon que la Naturaleza fuese el autor del desorden que ella misma
experimentaba, y entonces fué cuando no viendo sobre la tierra agentes bastante
poderosos para operar estos efectos, levantaron los ojos al cielo, donde supusieron que
residían los agentes desconocidos, cuya enemistad destruía aquí abajo su felicidad.
La idea de estos agentes tan poderosos estuvo siempre asociada á la del terror.
- Nunca juzgamos de los objetos que ignoramos, sino por los que conocemos. El
hombre, pues, mirándose á sí mismo, dio una voluntad, inteligencia, designios, pro-
yectos, pasiones, etc., á toda causa desconocida que sintió obrar en él. Como él se
encontró sensible á las sumisiones y á los presentes, empleó estos mismos medios para
ganar la divinidad.
El cuidado de las ofrendas se confió á los ancianos, y éstos lo hacían con gran
aparato; esto se conservó, y después se hizo costumbre. De este modo se formó el culto
y el sacerdocio.
Estos sistemas han sido modificados por el espíritu humano, cuya esencia es tra-
bajar incesantemente sobre loa objetos desconocidos, á los que regularmente principia
por darles una importancia muy grande, y que no se atreve después á examinar á
sangre fría.
Por una consecuencia de estas ideas, la Naturaleza se halló despojada de todo po-
der . El hombre no pudo concebir cómo esta Naturaleza le hacia sufrir si no estuviese
movida por una potencia enemiga de su felicidad, que tuviera razón para afligirlo y
castigarlo.
ii
DE LA MITOLOGÍA Y DE LA TEOLOGÍA
Las primeras adoraciones de los hombres se tributaron á la Naturaleza; no se les
habló de ella sino por alegorías, y se personificaron todas sus partes. Esto originó un
Saturno, un Júpiter, un Apolo, etc. El vulgo no adivinó que lo que se había sobre-
cargado de alegorías no era más que la Naturaleza, sus partes y sus operaciones. No
pasó mucho tiempo sin que se desconociese el origen de donde se habían tomado
estos dioses. Se hizo de su energía un ser incomprensible, que se llamó el motor de la
Naturaleza. De este modo se la distinguió de sí misma, y ya no fué mirada sino como
una masa incapaz de obrar.
Fué preciso, por consiguiente, revestir esta fuerza motriz con algunas cualidades.
Como no se veía este ser, se hizo de él un espíritu, una inteligencia, un ser incorpóreo,
es decir, una substancia enteramente diferente de la que conocemos. Los hombres no
podían dar á este ser otras ideas que las que tenían de sí mismos, y así fué que todo
lo que miraban en ellos lo consideraron como perfecciones divinas.
Se le atribuyó desde luego una bondad, una sabiduría y un poder sin límites, se-
gún el orden que se creyó ver reinar en la Naturaleza, y según los maravillosos efectos
que en ella se obraban.
Pero por otra parte, ¿cómo dejar de atribuirle la malicia, la imprudencia y el
capricho, á la vista de los desórdenes y de los males de que el mundo es tantas veces
teatro? Creyeron deshacer la dificultad creándola enemigos; este es el origen de los
ángeles rebeldes. A pesar de su omnipotencia, no pudo reducirlos; en el mismo caso
se le supone aun con los hombres que le ofenden.
Sin embargo, creyendo de este modo indicar las causas de las miserias humanas,
no podían desentenderse que muchas veces los hombres justos habían sido envueltos
en los castigos de Dios.
Se pretendió, por consiguiente, que habiendo pecado el hombre, Dios podía ven-
garse sobre los inocentes; todo esto á ejemplo de los inicuos soberanos, cuyos castigos
se proporcionan más bien á la grandeza y poder del ofendido, que al tamaño y reali-
dad de la ofensa.
Los hombres peores han servido de modelo á Dios, y el más injusto de los gobier-
nos fué el dechado de su administración divina.

III
IDEAS CONFUSAS Y EXTRAORDINARIAS DE LA TEOLOGÍA
Dios, dicen, es bueno; pero Dios es el autor de todas las cosas; es preciso, por con-
siguiente, atribuirle todos los males que afligen la especie humana. El bien y el mal
suponen dos principios, ó es menester que convengamos que si es el mismo, es alta-
mente bueno y malo.
Se nos dice que es justo, y que los males son el castigo de las injurias que ha re-
cibido de los hombres. Así vemos que el hombre tiene poder para hacer sufrir á su
Dios; pero para ofender á cualquiera es menester que haya relaciones entre los dos:
Ofender á cualquiera es hacerle experimentar un sentimiento de dolor; ¿y cómo una
débil criatura que ha recibido su ser de Dios, puede obrar contra la voluntad de una
fuerza irresistible, que no consiente nunca el desorden ni el pecado?
La justicia supone una disposición de dar á cada uno lo que es debido, y sin em-
bargo, se nos dice que Dios no nos debe nada, y que puede sin ofender su equidad,
sumergir la obra de sus manos en la miseria. Estos males, nos dicen, son pasajeros,
no tendrán más que un tiempo; castiga á sus amigos por su propio bien; pero si es
bueno, ¿puede hacerlos sufrir ni aun por un tiempo? Sí lo sabe todo, ¿qué necesidad
tiene de castigar á sus favoritos, de quien nada tiene que temer? Si es todopoderoso>
¿por qué se inquieta de las vanas conspiraciones que se quieren hacer contra él?
¿Cuál es el hombre bueno que no desea hacer felices á sus semejantes? ¿Por qué
no hace Dios la felicidad de los hombres? Ninguno está satisfecho de su suerte... ¿Qué
responden á todo esto? Los juicios de- Dios son impenetrables. En este caso, ¿con qué
derecho se quiere razonar sobre ellos? ¿sobre qué fundamento se les atribuye una
virtud que no se puede penetrar? ¿Qué idea se podría formar se parece nunca á la del hombre?
Su justicia está equilibrada por su clemencia, su misericordia, sus bondades; pero
su clemencia es una derogación á su Justicia. Si es inmutable, ¿cómo puede derogar
un instante?
Dios, dicen, ha creado el mundo para su propia gloria. Pero siendo superior á
todo, ¿tiene nada que hacer por su gloria? El amor de la gloria no es más que el deseo
de adquirir reputación y dar una alta idea de sí mismo á los demás. Si es susceptible
del amor de la gloria ¿por qué permite que se le ofenda? Para castigarnos de haber
abusado de sus gracias. ¿Pero por qué permite que se abuse de sus gracias? ¿ó,
por qué estas gracias no son suficientes para hacernos obrar según sus miras? Por eso
me ha hecho libre. ¿Y por qué me ha concedido una libertad que sabía muy bien que
yo había de abusar de ella?
En consecueneia de esta libertad, los hombres, la mayor parte de ellos, serán cas-
tigados eternamente por las faltas cometidas en este mundo. ¿Pero cómo puede ser
justo que un crimen pasajero se castigue con suplicios eternos? ¿Qué diríamos de un
rey que castigase sin término á un subdito que, embriagado, hubiese ofendido ligera-
mente su vanidad, sin causarle ningún perjuicio real, y, sobre todo, cuando el mismo
rey había tenido cuidado de embriagarlo? ¿Miraríamos como omnipotente á un mo-
narca que á excepción de algunos pocos subditos fieles, sufriera" todos los días que el
resto menospreciase sus leyes, le insultase y frustrase sus voluntades?
A esto se nos responde que las cualidades de Dios son tan eminentes y tan poco
parecidas á las nuestras, que no tienen ninguna relación con'estas mismas cualidades
cuando se encuentran en los hombres. Pero en este caso, ¿cómo hemos de formar idea
de ellas? ¿Por qué la teología pretende anunciarlas?
Pero Dios ha hablado, y él mismo se ha dado á conocer á los hombres. ¿Cuándo y
á quién? ¿Dónde están estos divinos oráculos? En colecciones absurdas y discordantes-
Yo hallo en ellas que el Dios de la sabiduría ha hablado un lenguaje obscuro, insi'
dioso é irracional; que el Dios de la bondad ha sido cruel, sanguinario; que el Dios de
la justicia ha sido injusto y parcial, que ha ordenado la iniquidad, y, por último, que
el Dios de la misericordia destina para las víctimas de su cólera los "más horrorosos
castigos.
En las relaciones entre los hombres, no hay ninguna proporción; sin proporciones
no hay relaciones. Si Dios es incorporal, ¿cómo obra sobre los cuerpos? ¿Cómo pueden
los cuerpos obrar sobre él, ofenderlo, alterar su reposo y excitarle movimiento de
cólera? Si el alfarero se irrita contra el vaso que él mismo ha hecho, por haberlo
formado mal, ¿no sería más justo que su enojo recayese sobre si mismo?
Si Dios no debe nada "á los hombres, éstos, por consiguiente, nada deben á Dios-
No hay relaciones que no sean recíprocas; los deberes están fundados sobre las nece-
sidades mutuas. Si Dios no les da esta felicidad, todas las relaciones se destruyen.
Suponiendo en Dios todas las virtudes humanas en un grado de perfección indefi-
nido, ¿se pueden éstas combinar con sus atributos metafísicos? Un puro espíritu
¿cómo puede obrar como el hombre, que es un ser corpóreo? Une espiritu puro nada ve;
ni oye nuestras súplicas, ni nuestros gritos, ni puede enternecerse de nuestras mise-
rias, supuesto que se halla desprovisto de los órganos que se necesitan para que el
sentimiento de la piedad pueda ejercitarse en nosotros. Siendo inmutable, sus dispo-
siciones no pueden cambiar. No es infinito, si la Naturaleza sin ser él, puede existir
conjuntamente con él. "No es poderoso, si permite ó no previene el mal y el desorden
de este mundo. No se halla en todas partes, si no está en el hombre que peca, ó si se
retira de él en el momento que comete el pecado.
La revelación probaría malicia. Toda revelación supone que Dios ha podido por
mucho tiempo permitir que al género humano faltasen los conocimientos necesarios á
su felicidad; es una predilección incompatible con su bondad, el hombre revelado á un
número tan pequeño. La revelación destruiría su inmutabilidad, pues supondría que
había hecho en un tien-po lo que no ha hecho en otro. Por otra parte, ¿qué es una
revelación, es decir, misterio, que no se ha hecho para ser entendida? Con un solo
hombre que no pudiese entenderla, no era menester más para establecer la justicia
de Dios.
IV
EXÁMENES DE LAS PRUEBAS DE LA EXISTENCIA DE DIOS, DADAS POR CLARKE
Todos los hombres, dicen, están acordes sobre la existencia de un Dios, y la voz
de la Naturaleza basta para convenceros de ello: esta es una idea que nace en nosotros.
Lo que prueba que la idea de Dios es una noticia adquirida, es la naturaleza misma
de esta noción, que varía de un siglo á otro, de un continente á otro, y de un hombre
á otro. La prueba que es un error, es que los hombres han llegado á perfeccionar to-
das las ciencias que tenían un objeto real, y que la ciencia de Dios se ha quedado por
todas partes en el mismo estado. No hay nada en el mundo sobre lo que los hombres
estén más dividido?.
Aunque cada nación tenga su culto, esto no prueba la realidad de este ser. La
universalidad de su creencia no es una prueba de su verdad. ¿No ha creído todo el
mundo en la magia y en las almas en pena ó aparecidos? ¿Antes de Copérnico, no se
había creído que la tierra era inmóvil, y que el sol giraba alrededor de ella?
La idea de Dios y sus cualidades no tienen más fundamento que la opinión de
nuestros padres, infundida en nosotros por la educación, por un hábito contraído
desde la infancia, y fortificado por el ejemplo y la autoridad. De este modo, creemos
que todo hombre lleva consigo al mundo la idea de la divinidad. Nos adherimos á
esta idea sin habernos tomado jamás el trabajo de reflexionar sobre ella.
El doctor Clarke pasa por uno de los que han hablado de la existencia de Dios del
modo más convincente; sus proposiciones se reducen á las siguientes:
I. «Alguna cosa ha existido eternamente.» Sí; no hay duda; pero ¿cuál es esta
cosa? ¿por qué no es más bien la materia que un espíritu puro? Todo lo que existe
supone desde luego que la existencia le es esencial. La que no puede anonadarse,
existe necesariamente: tal es la materia; luego ella es la que siempre ha existido.
II. «Un ser independiente é inmutable ha existido eternamente.» ¿Cuál es, puesi,
este ser? ¿Es independiente de su propia esencia? No; porque no puede hacer que los
seres que produce, ó que mueve, obren de otro modo, sino con arreglo á propiedades
que les ha dado. Por otra parte, un cuerpo no es dependiente de otro sino cuando le
debe la existencia y su modo de obrar. Sólo por este título podría ser la materia de-
pendiente de él. Luego si existe de toda eternidad, no puede deber su existencia á
ningún ser, si es eterna.
O existente por sí misma, es evidente que en esta cualidad encierra en sí misma
en su naturaleza todo lo que se necesita para obrar; luego la materia, siendo eterna,
no necesita de un motor.
¿Es inmutable? No; porque un ser inmutable no podría tener voluntades, ni pro-
ducir acciones sucesibles. Porque si este ser ha creado la materia, ó producido el uni-
verso, hubo un tiempo en que quiso que esta materia y este universo existieran, y
otro tiempo en que había querido lo contrario; luego no es inmutable.
III. «Este ser eterno, inmutable é independiente, existe por sí mismo». Pero ¿por
qué la materia que es indestructible, no existiría por sí misma?
IV. «La esencia del ser que existe por sí mismo es incomprensible...» Sí; pero
también lo es la esencia de la materia; ésta, á lo menos, la vemos; pero la divinidad
no podemos ni concebirla, porque no podemos examinarla por ningún lado.
V. «El ser que existe necesariamente por sí mismo, es necesariamente eterno.»
Pero esta cualidad es común con la materia. ¿Por qué se obstinan en querer distinguir
este ser del universo?
VI. «El ser que existe por sí mismo debe ser infinito y estar presente en todas par.
tes.» Infinito, pase. Por lo que respecta á estar presente en todas partes, eso no; porque
la materia ocupa á lo menos una porción del espacio, y debe excluir esta parte á la
divinidad.
Vil. «El ser que existe necesariamente, es único.» Si no hay nada fuera de seme-
jante ser, bien se deja ver que es preciso que sea único; ¿pero se puede negar la exis-
tencia del universo?
VIII. «El ser existente por sí mismo, es necesariamente inteligente.» Pero la inte-
ligencia es una cualidad humana. Para tener inteligencia es menester pensar; es pre-
ciso tener sentidos; cuando hay sentidos, suponen materia, y lo que es material no
puede ser espíritu puro. ¿Pero este ser, este gran todo, tiene una inteligencia particular
que le mueva? Esto es lo que nada puede probar. ¿Por qué no se ha de conceder esta
inteligencia á la Naturaleza, supuesto que encierra en si seres inteligentes?
IX. «El ser existente por sí mismo es un agente libre.» ¿Pero no encuentra obs-
táculos en la ejecución de sus proyectos? ¿Quiere que el mal suceda, ó no puede
impedirlo? En este caso, ó no es libre, ó consiente en el pecado. Además, que no puede
obrar sino en consecuencia de las leyes de su existencia. Su voluntad es necesitada ú
obligada por la sabiduría y las miras que se le suponen. Luego no es libre.
X. «La causa suprema de todas las cosas, posee una tendencia infinita.» Pero si
el hombre es libre de pecar, ¿cuál es la potencia infinita de Dios?
XI. «El autor de todas las cosas, debe ser necesariamente sabio.» Pero el autor de
todo, lo es también de muchas acciones que juzgamos muy malas.
XII. «La causa suprema debe necesariamente poseer todas las perfecciones mora-
les.» La idea de perfección es una idea abstracta: una cosa nos parece perfecta, relati-
vamente á nuestro modo de ver. ¿Nos parece perfectamente buena cuando somos
ofendidos de sus obras, y nos vemos precisados á quejarnos de los males que sufrimos-?
¿Lo es, relativamente á sus obras, cuando al lado del orden vemos el desorden 'más
completo?
Si se pretende que Dios no es nada de lo que el hombre puede conocer, y si nada
se puede decir de él positivamente, permítase, á lo menos, dudar de su existencia. Si
es incomprensible, ¿se nos culpará que no hayamos podido concebirle?
Se nos dice que el buen sentido y la razón bastan para '^convencernos de su exis-
tencia; pero también nos dicen que la razón es un guía infiel en estas materias. Ade-
más, que la convicción no es nunca más que el efecto de la evidencia y la de-
mostración.

V
DEL DEÍSMO; SISTEMA D E L OPTIMISMO Y DE LAS CAUSAS FINALES
Si^Dios existiese, ¿qué podría resultar para la especie humana, aun suponiéndole
inteligencia y designios? ¿Qué relación puede tener un ser semejante con nosotros?
Los buenos ó malos efectos que nos imagináramos dimanar de su omnipotencia, de
providencia, ¿dejarían de ser los efectos de su sabiduría, de su justicia y de sus decre-
tos eternos? ¿Podremos suponer que cambiará su plan, con respecto á nosotros? Ven-
cido por nuestras súplicas, ¿haría que el fuego dejase de quemar? Si está forzado á dar
un libre curso á los acontecimientos que su sabiduría ha preparado, ¿qué podemos pe-
dirle? Seríamos unos insensatos si tratáramos de oponernos.
El entusiasta feliz, me dirá, ¿por qué me quieren quitar un Dios á quien veo como
un soberano lleno de bondad, de quien soy el favorito y que se ocupa de mi bienestar?
Dejadme que le dé las gracias por sus beneficios. ¿Por qué, dirá el desdichado, quitar-
me un Dios cuya idea consoladora enjuga mis lágrimas?
Yo le respondería, preguntándole sobre qué funda la bondad que le atribuyen. ¿Es
benéfico para todos los hombres? Para uno que vemos dichoso, ¡cuántos hay desgra-
ciados! iQué de calamidades afligen á los mortales, que mientras duran está sordo á
nuestras súplicas! Será, pues, indispensable, que cada hombre juzgue de Dios según el
modo particular de que esté afectado, y aun según las circunstancias.
Los entusiastas d^l optimismo parecen haber renunciado al testimonio de sus sen-
tidos, para creer que está todo bien en la naturaleza, en donde vemos que el bien está
sin cesar acompañado del mal. Además, para estar en estado de justificar á la divinidad
de los males y desórdenes que vemos en el todo, que se supone su obra, sería menester
conocer el objeto, porque si tuviera un objeto, una tendencia, un fin, ya no sería el todo
Dios, continúan, sabrá hacernos ventajosos los males que nos deja experimentar
en este mundo. Pero, ¿quién sabe? ¿Cómo podemos creer, que habiéndonos maltratado
tanto aquí abajo, nos trate mejor en otra parte? ¿Qué bien real puede resultar de estas
esterilidades y esta hambre que desoían la tierra?j
Se han visto en la precisión de imaginar una vida nueva para disculpar la divini-
dad de los males que nos hace experimentar en ésta.
Los unos suponen que después que hizo Dios salir la materia de la nada, la aban-
donó para siempre al movimiento que entonces la imprimió; esto no ha necesitado
de un Dios sino para crear la naturaleza; después de hecho esto, vive en una perfecta
indiferencia para sus criaturas. ¿Pero este Dios no es un ser inútil para los hombres?
Otros suponen los deberes del hombre para con su criador. Algunos se imaginan
que, siendo justo, debe recompensar y castigar; ellos hacen un hombre de su Dios.
Pero estos atributos morales se desmienten á cada instante cuando se le supone el
autor de todas las cosas, y, por consiguiente, el autor del bien y del mal. Tanto vale
creer esto como creer todos los demás absurdos y quimeras que le acompañan.
¿Queréis mejor, dirán, depender de una naturaleza ciega que de un ser sabio,
bueno é inteligente?
Pero respondemos: 1.° Nuestro interés no decide de la realidad de las cosas. 2.° Este
ser tan bueno y tan sabio se nos presenta como un tirano irracional, y sería más ven-
tajoso para el hombre depender de una naturaleza ciega. 3.° La Naturaleza bien es-
tudiada nós suministra lo necesario para ser felices en el grado que nuestra esencia
lo permite. Esta Naturaleza es la que nos enseña los medios propios para conseguir
nuestra felicidad.


DIDEROT.

1 comentario:

Rodrigo Reinante dijo...

Interesante escrito sobre la libertad interior y la creencia del hombre. creo que es pertinente para el lector interesado en este tema adjuntar una lectura de "Psicologia de las masas y analisis del yo" donde se trata la raíz de la necesidad del hombre de creer en ciertas divinidades.

Rodrigo Reinante